Abogado, Dr en Derecho. Profesor honorario de la Universidad de los Andes y ex Magistrado

domingo, 14 de junio de 2020

El Legado de Adriani




El Legado de Alberto Adriani (Zea 14.06.1898- Caracas 10.08.1936): Una Tarea Pendiente (a los 124 años de su nacimiento)

Román J. Duque Corredor
Presidente de la Fundación Alberto Adriani

Alberto Adriani, merideño, de proyección nacional e internacional, es de esos venezolanos que contribuyen a formar lo que Augusto Mijares, denomina “la columna vertebral de la República”, como lo es su tradición civil, la legalidad, el orden, la ciencia y el progreso; y que Tomás Polanco considera que deben ser calificados de  venezolanos insignes”, por lo mucho que su obra ayuda  a comprender a Venezuela para poder pensar en una nación optimista, positiva, llena de vida y de orgullo, por lo tanto bueno que tiene y que ha tenido. La vida de Alberto Adriani, tuvo tanta trascendencia y tanta importancia su obra, que en el aniversario de su nacimiento un modo de retribuir lo mucho de lo que hizo para dotar de medula espinal a la columna vertebral de la República y para mantenerla erguida, es recordar su contribución al desarrollo y progreso de las ciencias sociales económicas. Con ello particularmente se hace un justo reconocimiento a uno de los más insignes forjadores del pensamiento económico nacional, y quien fue extraordinario Estadista, que se distinguió por su visión prospectiva de políticas públicas para el desarrollo equitativo de una Venezuela moderna y progresista.  Y, es cierto, Alberto Adriani, debe ser recordado no solo como uno de los primeros economistas venezolanos, sino también como un gran estadista. Porque poseía en el ejercicio de funciones públicas un espíritu sano y equilibrado; agudeza y profundidad; y una sólida cultura que le permitió percibir las realidades nacionales e internacionales y sus diversas manifestaciones en la ciencia económica y en las complejidades de la vida humana y las variantes propias de la vida social en el diseño de políticas públicas para la modernización del Estado. El reconocimiento a su obra es de mucho provecho y da satisfacción, y por ello puede ser calificada de sabia, como decía Santo Tomás de Aquino que han de ser las obras de los sabios. En efecto, la obra de Adriani, contiene sabiduría por los temas tratados económicos, financieros, monetarios, agrícolas, de inmigración, que son de excelencia y porque además colman vacíos e ilustran aún más a los estudiosos de las Ciencias Económicas. Es provechosa, porque contribuye con la formación del pensamiento venezolano. Y, da satisfacción porque en las crisis propias de la historia nacional, como la presente, el estudio de su Pensamiento fortalece la fe y la esperanza en el futuro del país.  Razón tienen sus paisanos, de proclamar con orgullo en su Himno Municipal, como blasón distintivo, que Zea, su Pueblo común, o “pequeña república” como la llamó Miguel Ángel Burelli Rivas, o “parcela de afectos florecida”, como la cantó el poeta zedeño Emiro Duque Sánchez; es “Tierra de Adriani; puesto que, es “ejemplar la historia, en este país de tantas historias inejemplares, de un hombre joven y modesto nacido en un pequeño pueblo provinciano, cuyo talento y cuya honestidad pudieron ofrecerle en plena juventud, un grandioso destino”; como lo expresó  Mariano Picón Salas al recibir la noticia de la muerte de este joven estadista zedeño.
Alberto Adriani, fue “El visionario de Mérida”, según Bernardo Celis Parra, cuyo nacimiento debe recordarse, pero, no como una página más de esa historia llena de páginas, porque, como dijo, el Dr. Asdrúbal Baptista,; sino de una historia en “donde no son vanos los hombres que se reviven”, y más, agregó, “serían ellos meras sombras de un tiempo irreversiblemente ido, si se tomara este espacio que ahora se les concede como el recuento de una gesta, y no como la imposición y el reclamo de un tiempo que aún no es y que lucha con denuedo, en nosotros y a través de nosotros, por ser”. Si Uslar Pietri decía, que “nada revela mejor la calidad del espíritu del hombre que los libros que lee y posee”, podríamos también añadir “que los libros que escribe”; entonces, a través de sus escritos, Alberto Adriani reveló una alta calidad intelectual y moral del venezolano excepcional que fue. Esa obra sirve y servirá como lección a los presentes y futuros venezolanos, de la “Labor Venezolanista”, materia aún pendiente de los diferentes gobiernos de la sociedad venezolana.
. Quienes no conocieron personalmente a Alberto Adriani sino a través de la tradición familiar y de vecinos y paisanos y por la lectura de sus trabajos y de las glosas de los estudiosos de sus obras, tienen que imaginárselo en su época y en sus circunstancias, a la manera de Ortega y Gasset.  De ese aprendizaje llegamos a conocerlo como uno de nuestros primeros economistas, como ser humano, como provinciano universal y sobre todo como visionario de la Venezuela integral que aspiraba y que quería. Fue, un hombre anticipado, como llamaba Ramón J. Velásquez, a quienes trascienden su época.  Por ello, en este mundo globalizado, de mercados integrados, de Internet, de Estados descentralizados y del desarrollo sostenible y de la agricultura sustentable, es oportuno propiciar la divulgación de su pensamiento económico nacional, porque sigue siendo de actualidad.  De esta forma Adriani viaja a través del tiempo y continúa viviendo entre nosotros. Proyectando su pensamiento como inspiración de nuestro porvenir. Porque si estuviera entre nosotros, en una eternidad imaginaria, nos invitaría  a examinar siempre con visión crítica, nuestros fenómenos sociales y  económicos,  pero con criterios de la ciencia y  de la cultura, para  que no  nos  embrujen nuevos taumaturgos providenciales, y con seguridad nos prevendría   contra el mito de los nuevos héroes, recordándonos, ilustrado como lo seguiría  siendo, las palabras de Galileo en el drama de Berthold Brecht, que “los  nuevos taumaturgos hacen desgraciados al país que los crean, los reclaman y lo solicitan”.  La eterna presencia de Adriani entre nosotros será, pues, un   perenne reclamo a pensar y a luchar por Venezuela, para construirla mejor y para reconstruirla diariamente, pero mediante el esfuerzo colectivo, ordenado, solidario y en convivencia. Es decir, una labor Venezolanista, como la súmala de su obra progresista y visionaria. Que puede resumirse, en la síntesis que de su pensamiento hizo Teodoro Petkoff, en que, por encima de las ideologías, lo que importa son los hombres, la fuerza de su inspiración, el vigor, su fe y el poder de su voluntad.   
 En efecto, quien, como Adriani, que, en una Venezuela rural, a los doce años hablaba con propiedad sobre nuestro incipiente desarrollo industrial, del problema internacional del café y de la ganadería, del estaño boliviano y del cobre chileno, y que ya tenía conocimientos de contabilidad. Quien, como él, que, en una Mérida recoleta, maravilló a Mariano Picón Salas porque además del italiano hablaba inglés y francés, se expresaba y escribía en castellano correcto, aprendido en el Colegio “Santo Tomás de Aquino”, del Bachiller Félix Román Duque, mi abuelo, del cual fue uno de sus primeros once alumnos. Quien sino esta personalidad, de cuya tesis de Bachiller sobre psicología comparada, escrita en 1916, pudo decir uno de sus tutores, “Cuanta profundidad en la tesis de un jovencito”. Que, mejor pues, que el pensamiento integral de Alberto Adriani para inspirar nuestro porvenir, quien que desde Zea, su  pueblo natal, donde se perpetuó en el bronce que recuerda su memoria,  junto al de su Maestro, que le trazó su camino y que  le orientó hacia una visión de Patria  y del Mundo;  y  desde  su morada en  el Panteón Nacional; donde descansa desde 1999; en apacible sueño de siglos, para que siga siendo “el testigo y  crítico implacable” de nuestro presente y futuro, al igual que lo era de la economía y de la sociedad en el pasado, en palabras de Don Mariano Picón Salas.  La contemporaneidad del  pensamiento del  joven Adriani aparece ya con visión integracionista, en su conferencia “Progresos Democráticos de la América Latina”, dictada en el Centro de Estudiantes de  Derecho,  donde  asoma su  perfil de estadista, al proponer políticas  públicas, para mejorar en democracia, con palabras de vigencia  actual: “Protección  para  el  que trabaja, queremos levantar de sus ruinas la industria y el comercio; queremos dar un impulso gigantesco a la instrucción,  favoreceremos la inmigración que ha de traer a nuestras playas gentes  robustas de cuerpo y espíritu que levante nuestra raza que decae o se  estaciona, tendremos ferrocarriles, construiremos carreteras, impulsaremos nuestras comunicaciones marítimas,  para  que por  mar  y  tierra  transite  sin tropiezos la riqueza  nacional. A donde no llegue la iniciativa individual, allí estará la del gobierno”.  Sin embargo, como prevención ante los efectos nocivos de lo que hoy sería una globalización homogeneizante, advertía, ya en su madurez, que porqué es ¿“imposible llegar a planear una labor constructiva que surja de la realidad venezolana, que entronque nuestra tradición, que responda a nuestra vocación nacional? Puesto que interrogaba -y sigue interrogando- ¿Estaremos siempre condenados a imitar a los demás, a ser el eco de los demás, a vivir de los otros, a fugarnos de nuestro país, a la manera de esos literatos de la generación pasada que se hicieron sus mundos artificiales, a quedarnos aquí sólo a justificar todos nuestros pecados como lo hicieron los sociólogos de la misma generación? Si en 1941, Manuel Egaña, al inventariar el cumplimiento del pensamiento del legado de Adriani, como proyecto de país, decía, que “Todavía estamos en deuda con Venezuela y Alberto Adriani”, hoy a ciento veinte y cuatro años de su nacimiento y a ochenta y cuatro años de su muerte, el proyecto de país de Adriani, “primer estadista moderno de nuestra historia”, según Armando Rojas, es una institución testamentaria incumplida. Seguimos aún no sólo más dependientes del petróleo, sino que las políticas públicas no han sabido compaginar el hecho nacional con la realidad de un mundo globalizado.  El legado Venezolanista de Adriani, nos obliga a examinar la realidad nacional para resaltar nuestros valores. Para que aprendiendo a vivir en comunidad nacional podamos formar parte de la comunidad de pueblos latinoamericanos y mundiales, actualizando una definición clara del rol del Estado y de la sociedad civil, en la economía y en la planificación integral del desarrollo, que no se quede en lo puramente comercial, sino que ponga énfasis en la promoción de una agricultura moderna y diversificada y en la educación para el empleo permanente. Interpretamos así actualmente el pensamiento de Adriani, que vio que el desarrollo de Zea, su pueblo, no podía quedarse sólo en el mejoramiento de sus haciendas familiares, “El Bejuquero”, “La Seca”, “Guaruries”, “Santa Lucía” y “Arenales; y dentro de los límites del Estado Mérida. Y, tampoco dentro de Venezuela sino allende de nuestras fronteras y de nuestros puertos, surcando mares y tierras extranjeras. En lo que hoy es un proyecto político superior que trasciende las relaciones económicas y comerciales para comprender todos los sectores para asegurar el desarrollo de nuestro pueblo, en el ámbito regional, continental y mundial. A diferencia del aislacionismo que mantiene a Venezuela el presente régimen que se dice progresista y revolucionario.
Pocas veces en la historia”, dice Burelli Rivas, al referirse a Adriani, “coincidían la vocación y la preparación de un hombre con la oportunidad de serviles que se le abría”. Lo cierto es que Adriani supo entender el momento histórico de las oportunidades. Estaba consciente, como lo escribió en su Cuaderno de Notas, que “si el destino lo quisiera, toda la máquina del Estado podría estar sobre los hombros de nuestra generación. Es necesario percibirse desde ahora de esa posibilidad”. “Me preparo”, decía Adriani, “para mañana, sin concebir grandes esperanzas, si no con la intención de obedecer dócilmente a las circunstancias”.   Y así fue.  Cuando estudiante se preparó para esas oportunidades, desde su pueblo natal, donde aprendió a conocer la realidad rural, pero también lo importante de la educación y de la cultura, para la modernidad de lo primitivo y de la necesidad de las comunicaciones para la superación del aldeanismo. No por casualidad, después, como estadista y planificador, puso tanto empeño en el desarrollo de las vías fluviales, carreteras y ferrocarrileras   para mejorar la población y la agricultura y para permitir la exportación de productos nacionales en función de igualdad con otros países.  Esa preparación se asomó en su primer proyecto de país, que fue aquella conferencia estudiantil sobre los progresos democráticos de América Latina, adelantándose en el tiempo a las políticas públicas, como factor del desarrollo, y que después pudo plasmar, sin duda, en el “Programa o Plan de Febrero”, cuyo   pensamiento, según Burelli Rivas, fue capital en la formulación de este Plan de gobierno del presidente Eleazar López Contreras, junto con   Diógenes Escalante y Manuel Egaña.  La planificación   económica y financiera, como instrumento del desarrollo, aprendida desde el manejo de las diversas   fincas familiares, bajo el agobio de crisis cafeteras y la presión de los altos costos de producción y sus bajos rendimientos, tuvo en Adriani uno de sus primeros propulsores en el país. Todo ello con una visión integral y de Patria, ante la tragedia que la persigue, como expresó mi Padre José Román Duque Sánchez, en sus palabras del cincuentenario de la muerte de Adriani, ante la Academia Nacional de Ciencias Económicas. Consciente que la independencia política va de mano de la autonomía  económica, y que es  necesario ordenar las  actividades y capitales,  que  están  o  vienen a nuestra  Patria,  Adriani, reclamaba,  acorde  con su  tiempo, pero,  con vigencia actual,  que “Debemos adoptar una  política económica,  que  no  debe  ser  circunstancial,  sino con  visión de futuro y de patriotismo, sin  exclusividades y  exclusiones, en democracia y  en libertad,” conforme  al mismo  pensamiento vigente de Adriani.  Una política que debe partir de una educación para el trabajo y contemplar la planificación de una agricultura tecnificada, moderna y diversificada o multifuncional; de un sistema tributario justo, de una interconexión nacional e internacional. Todo dentro de una seguridad jurídica que garantice el fruto del esfuerzo, el respeto del trabajo e impida la arbitrariedad. Proposiciones   que aún son materias pendientes en Venezuela por la inexistencia de un sistema de justicia independiente, no comprometido y subordinado.  Que, por su actualidad y vigencia, permiten calificar a Adriani, en palabras de Burelli Rivas, como “verdadero estadista, y tal vez el más completo del Siglo XX, por la modernidad, coherencia y coraje de sus planes”. Y, por la visión de futuro de un proyecto de país, me permito agregar, que es lo que mejor define a los estadistas.  Es así, como 1936, el gran año y el último de su vida, conforme Simón Alberto Consalvi, “vio consagrarse a Alberto Adriani como uno de los estadistas de más profunda comprensión de los problemas venezolanos, como un   financista de teorías contemporáneas y como una de las mentes más disciplinadas de su tiempo”.  Casi al final de sus días, escribió: “Nuestros problemas son de sanidad, educación, comunicaciones, de economía, en una palabra, de nuestro tremendo atraso nacional”.  Sin duda, que Adriani, sigue vigente entre nosotros, porque sus reclamos continúan pendientes e insatisfechos. La perennidad de su  pensamiento sobre  los  efectos  nocivos  de un  país  petróleo-dependiente  y  su influencia en nuestro  provenir,  sigue siendo  de  actualidad,  no obstante su nacionalización,  porque  si bien la industria  petrolera ha  servido  para engrosar  las   arcas   públicas;  aún “el país  no  obtiene  ventajas con las  cuales  podamos  estar  jubilosos, por  más que  sean  en  cierto  sentido,  satisfactorias”;  en palabras admonitorias  y  de  actualidad  de Adriani,  y que tampoco ha  servido para  modernizar   nuestra  agricultura, mejorar la prestación de los  servicios de salud, en riego,  en  viviendas suficientes  y  decentes,  en  mejorar la  calidad  de la  educación  y  de la investigación, y en  ampliar las vías  de  comunicación,  como reclamaba el mismo Adriani. Pero la visión integracionista de Adriani, no desmejoraba la importancia de lo local en el desarrollo nacional. Adriani, fue ante todo un lugareño, y, sin dejar de serlo, fue después, internacionalista. Su fuerza la sacaba de lo suyo, de lo local, porque valoraba la influencia de lo propio en la conducta de los pueblos y porque ha de tenerse en cuenta la esencia de lo social y familiar en el engrandecimiento de lo nacional. Porque para él, “la vida campesina no es tan salvaje como pudiera suponerse”, porque, de la tranquilidad que ella supone, podría agregarse, nacen no sólo reflexiones sino compromisos. Así, esa vida rural hizo reflexionar a Adriani, sobre el destino de la Patria, que después, de regreso de un largo periplo por Europa y Norte América, proclama desde la sencillez de su pueblo, al retornar a “su antiguo y nunca olvidado oficio de campesino”, este homérico compromiso deontológico, que aún es de impresionante realidad: “Venezuela en manos de rapaces e ignorantes. Pero esperemos. La revolución no se hace de la noche a la mañana. Gómez es en cierta manera, el resultado de un estado social. Antes de reaccionar contra él debemos reaccionar contra nosotros”. Mensaje que hoy nos resuena con gravedad por la rapacidad e ignorancia de un gobierno y por la falta de sacrificar entre nosotros lo particular para lograr la unidad nacional.
De sus palabras del Salón de Lectura de San Cristóbal, puede derivarse la importancia que otorgaba Adriani al regionalismo positivo. Allí dirá de la capital tachirense, lo que es aplicable a nuestras capitales provincianas: “(...) San Cristóbal está llamada a grandes destinos. Será siempre, para bien de la Patria, una de las obreras de su historia, uno de los puntos de concentración de las energías venezolanas”. Es verdad, las sinergias nacionales nacen y convergen de lo local a lo nacional. Por eso, a este discurso, en sus palabras en el cincuentenario del fallecimiento de Adriani, mi Padre, lo calificó de “exposición extraordinaria, clara y precisa del nacionalismo económico”, que se basa en la importancia de lo local para fortalecer lo nacional.  Quizá, en ese aprecio por lo propio y de su peso en lo personal y nacional, tuvieron mucho que ver los consejos de su preceptor provinciano, Félix Román Duque, mi abuelo, porque como afirma Armando Alarcón Fernández, “la formación de Adriani fundamentalmente sus concepciones filosóficas, su formación intelectual dependió de ese gran maestro, patrimonio espiritual de Zea, a pesar de no haber nacido en esta tierra”.  Si, el Maestro Félix Román Duque decía a su alumno, en mayo de 1915: “Ya sabe mi querido Alberto, no abandone los buenos principios en que ha cimentado su vida de joven, porque del modo de ser en los mejores años depende la felicidad o desgracia en el porvenir del hombre”.  Es así como el desconocimiento de las potencialidades y valores culturales y sociales de las localidades y las regiones, lleva a un desarrollo pobre de la Nación, porque no se atiende a las partes que la componen, sino al vértice territorial, por creer que al beneficiar a éste mejoran sus partes locales. No es cierto, ello conduce a un país desigual, a un desarrollo inestable, a un sistema político ineficaz y corrompido y a un desequilibrio territorial.
 Ciertamente, el olvido de lo local ha permitido la concentración del poder, de recursos y de oportunidades y la marginalidad de la mayor parte del territorio nacional. Una nueva visión del desarrollo se impone, dice el geógrafo trujillano Francisco González Cruz, Rector emérito de la Universidad Valle del Momboy, a la luz de las nuevas realidades de la democracia, el pluralismo, la solidaridad y la globalización. Es decir, la revalorización de lo local, o “lugarización”, que, según González Cruz, es la “contrapartida a esa tendencia homogeneizadora, que “por el contrario, busca la identidad personal y local y privilegia lo autóctono, lo vernáculo, lo natural y lo singular. Tiende a la heterogeneidad”. Adriani, sin duda, al recomponer lo lugareño en el contexto nacional, desde las primeras décadas del Siglo XX, fue un adelantado de lo que modernamente es el proceso de descentralización, al proclamar como mensaje a sus coterráneos, pero también aplicable a todas las regiones, este pensamiento definidor: “Para edificar la grandeza de la Patria, comience cada uno por su Municipio. Comencemos nosotros por nuestro Zea. Mensaje éste que día a día es cada vez más realidad en nuestro país.
Hoy día cuando después de la Cumbre de Río de Janeiro de 1992,  se viene hablando de desarrollo sostenible y de agricultura sustentable, que se basa en la conjunción del crecimiento económico con la protección del ambiente y el bienestar social de las  personas,  cobran  vigencia  las reflexiones de Adriani respecto del cultivo del café, que proclamaban la mejor preparación de la  tierra, la resiembra y conservación de los cultivos  de sombra, el control plaguicida, el reacondicionamiento de las instalaciones de beneficio, la adecuada  recolección de la cosecha  y adecuadas condiciones de vida  para los  trabajadores rurales. Así como la planificación del mejoramiento del cultivo en los mercados nacionales e internacionales para asegurar su colocación, la suficiencia de la producción y estimular el consumo por la calidad del producto. Líneas estas de acción que se inscriben en lo que contemporáneamente se denomina seguridad alimentaria. Y que Adriani consideraba que debía merecer la atención mundial a través de un organismo internacional para la agricultura, que concebía como un ente de investigación y experimentación para contribuir con el mejoramiento de los cultivos para asegurar la alimentación de la humanidad. Organismo cuyas funciones lleva a cabo hoy día la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura. Para Adriani, según Francisco Mieres, el gran reto, es el cómo reconstruir la economía interna y propia del país, sobre la base de la producción agrícola. Reto aún no alcanzado. Y, si hoy se proclama el desarrollo rural integral como base de la agricultura sustentable, oigamos el compendio que Manuel Felipe Rúgeles, hizo del pensamiento agrarista de Adriani: “Soñaba con el robusto empuje de una colonización científica, modelo en América. En una inmigración seleccionada, capaz de traer a las tierras desérticas de nuestra patria el caudal de sangre generosa y el esfuerzo agresivo de sus músculos renovadores. En la alegría del agua salvadora para pueblos y aldeas   sedientas en nuestra llanura. En un remozamiento de los sistemas de trabajo por medio de la técnica, que hiciesen de nuestros centros de cultivo rutinarios fuerzas poderosas de producción moderna; en el reparto justo de la tierra para el hombre sin tierra, condensando en este valeroso propósito su deseo de ver el latifundio gomecista en las manos del campesino venezolano para que se obrase así el milagro de una conciencia nacional enraizada en la bandera al suelo. Sueños éstos que, materializados en proyectos, sin resonancia demagógica y sin arrebatos espectaculares, contribuirán hoy o mañana a redimir a nuestro pueblo”.  No cabe duda que el pensamiento agrarista de Adriani sigue siendo fuente y nutriente del hacer y del deber ser nacional en materia de desarrollo rural integral, que ciertamente es más que el simple reparto y ocupación de tierras y del desordenado otorgamiento de créditos para una agricultura sin planes y sin control. Y por su pensamiento conservacionista como base de una agricultura sustentable, puede ser considerado, en palabras del Dr. Arnoldo Gabaldón, de su discurso en esta Universidad con motivo del cincuentenario del CIDIAT, como precursor de la tesis del desarrollo sostenible hoy uno de los objetivos de la ONU en su agenda para el presente milenio.
Sociopolítico científico, Adriani también, con la  experiencia de su  trashumancia internacional,  y su arraigo regional, y la vivencia que le dio el estudio de nuestra Historia, pudo analizar, con  admoniciones  futuristas,  las causas  y consecuencias de  la  Guerra  Federal,  en donde según él,  prevalecieron intereses políticos en sus  ideólogos,  que  llevaron  a  una  lucha  incorrecta y tal vez  hipócrita, sobre una plataforma única: Centralismo o federación, y donde triunfó esta última porque entre sus huestes había un caudillo y no porque propiamente  hubiera triunfado un proyecto federalista. De esa guerra, sólo quedó el “Dios y Federación”, dijo Adriani, reduciéndose el federalismo a una simple fórmula de tintero de escritos oficiales. Y, con la autoridad del estadista,  advertía en  1936  sobre la forma de utilizar ideologías externas para hacer política  de Estado, con las siguientes aprensiones, que tienen actualidad y vigencia en  el acontecer nacional del Siglo  XXI: “Ha vuelto a  cundir la peste de ideólogos tropicales (...),  que se empeñan en arrastrarnos a disputas bizantinas sobre sistemas políticos, a discusiones sobre metafísica política; que persisten en mirar hacia  atrás como la mujer de Lot; y, sobre  todo, que se afanan de transmitirnos los morbos que van asociados con la Rusia de Stalin, con la Alemania de Hitler y la Francia de Herriot”.  Siguen vigentes estas admoniciones, para evitar que ese tipo de ideólogos persistentes, terminen llevándose “nuestras esperanzas y nuestras oportunidades, que son fragmentos de nuestra vida”, como alertaba Adriani. El escritor merideño Germán Briceño Ferrigni dice que Adriani y Picón Salas fueron en su juventud, en la edad madura y que hubieran sido en la vejez, almas gemelas y parecidas, y que esos dos jóvenes en su época “resumían la clarividente visión de un país aún no metido en la pobreza de la riqueza fácil”. Y que “ambos, en sus lecturas, conversaciones y gustos, expresaban ese ideal de superación y perfeccionamiento juvenil que hoy nos parece, en ocasiones, como decaído y hasta caducado”. Este mismo escritor merideño afirmó que “Adriani y Picón Salas han sido, sin duda, el mejor aporte de Mérida al Siglo XX venezolano. Los dos fueron camino y mensaje (...)”. Y para Manuel Caballero en su  publicación “Dramatis  Personae”, Adriani,  fue uno de los venezolanos,  por ser  su paisano y amigo de juventud,  con quien Picón Salas mantuvo correspondencia permanente, “mezclando política, cultura universal y nostalgia por el  terruño común”, y que si bien Betancourt  sedujo  a Picón Salas, por su claridad de miras y férrea voluntad de combate,  con Adriani”,  decía se llega a imaginar una simbiosis entre ambos que, al regresar a su país, traerá la solución real de sus problemas: La educación en  sus manos, la economía en las de  Adriani”.  Si así hubiera sucedido Venezuela fuese otra. Con Asdrúbal Baptista, al examinar lo hecho y dicho por Alberto Adriani, puede concluirse, que “Durante las cuatro décadas cuando corre la vida concedida a Alberto Adriani se estableció el derrotero del Siglo XX venezolano. Este fue su tiempo, pero también y con apenas distancias de alguna significación, ha sido el nuestro. Pero decir su tiempo, y, sobre todo, pensar en lo que él fue, es aludir a la dimensión de lo que aún no ha acontecido, a lo que acaso conjeturamos, o a lo que se busca con afán apurar para que acontezca. La madera de la que estaba hecho Adriani era para el futuro. Si hubiere que preguntarse qué lo constituía, la respuesta tenía que ser: ni agua ni fuego; ni tierra ni aire. Sólo tiempo, pero, además, tiempo por venir”. Ciertamente el pasado de Adriani sigue siendo nuestro porvenir, porque, “el pensamiento de él queda en el ensayo económico, en el plan político, en la decisión administrativa, tienen calidad y materia para seguir fructificando. Y es ejemplar la historia (en este país nuestro de tantas historias inejemplares) de un hombre joven y modesto nacido en un pequeño pueblo provinciano, cuyo talento y cuya honestidad pudieron ofrecerle en plena juventud, un grandioso destino”, como pudo decir su amigo desde y para siempre, Don Mariano Picón Salas, al conocer de su muerte.
  Mediante este escrito, la Fundación que lleva su nombre en el aniversario de la fecha de su nacimiento, ha querido destacar la proyección de su pensamiento para la solución de la crisis actual nacional, y para, a través de sus palabras y reflexiones, reencontrarse con la esencia de su pensamiento, que sin duda dan fuerzas para seguir trabajando por la construcción y reconstrucción del país; porque como él pensó que siempre hay tiempo para la acción.
Caracas, 14 de junio de 2020


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