Román J. Duque
Corredor
Tomo de la obra de Milovan Djilas “La Nueva Clase” (Instituto de
Investigaciones Sociales del Trabajo, de México), la idea que las revoluciones
comunistas triunfantes han tenido por resultado, en todas partes, el control
total del Estado por un partido y una burocracia de partido, que constituyen una
nueva clase de ambiciosos de poder y de explotadores de sus semejantes. Y que
ese control absoluto del poder crea una estructura servil de reverencia y
subordinación al jefe del gobierno y del partido, supuestamente en base a una
ideología, como una corte de nobles y de favoritos, que se apoderan de las
riquezas y donde el nivel de vida que se mejora, no es el de la población
proletario, sino el de esa nueva aristocracia, el de una burocracia política y
de adulantes serviles. Al Rey, lo sustituye el Comandante o el Padre de la
Revolución, y, aun después de fallecidos, llamados eternos o, padres de
revoluciones; y de su tierra sus adoradores hacen una cuna histórica y un
monumento nacional. A sus familiares le anteponen el calificativo de primigenios
combatientes o de primeros revolucionarios y a los demás el de simplemente de
compañeros o combatientes. La corte revolucionaria, como decía Milovan Djilas de
la nueva clase, está formada por quienes gozan de privilegios especiales y de
preferencias debido al monopolio administrativo que detentan desde la cima del
poder los dirigentes del partido, que se extiende hasta sus familias y amigos.
Y
si, en el caso de Venezuela, analizamos el descenso electoral en 20 años del
partido gobernante, que ha gobernado según un Socialismo del Siglo XXI, bien
caben las palabras de Milovan Djilas, que, “El partido hace a la clase, pero
ésta se fortalece, mientras aquél se debilita. Este es el destino inevitable de
todo partido comunista que alcanza el poder”. Propio de los sistemas
aristocráticos socialistas es la desigualdad social que se traduce en el aumento
de la pobreza y de la inseguridad alimentaria, en la reducción de una clase
media y el surgimiento de una clase rica exclusiva y excluyente, a costa del
proletariado a quien su ideología ofrece igualdad. Véase nada más los datos de
Encovi de septiembre de 2021, que indican que el índice de pobreza total en
Venezuela se ubica en 94,2% y que el índice de la pobreza extrema se ubica en
76,6%. Así como que los beneficios sociales no alcanzan a la clase proletaria
sino a quienes se consideran beneficiarias mediante un proceso de autoselección.
Ello es típico de esos sistemas revolucionarios, según la tesis de Milovan
Djilas, en los cuales en nombre del proletariado se establece un monopolio de la
nueva clase primordialmente sobre la clase obrera. De ello es testimonio el
aumento de los índices que contribuyeron al crecimiento de la pobreza de los
venezolanos durante el socio capitalismo del Siglo XXI: educación (8,89%),
vivienda (11,78%), empleo (12,72%), servicios (18,54%) e ingresos (48,05%). Esa
nueva aristocracia socio capitalista se refleja en el disfrute de mayores bienes
materiales y privilegios de los que la sociedad concedería normalmente por el
desempeño de las funciones burocráticas políticas.
En efecto, hoy día en
Venezuela los gobernantes tienen imágenes de mayor riqueza, que recuerda la
frase de Milovan Djilas, que “el funcionario comunista aparece, a los ojos del
hombre de la calle, como muy rico y el afortunado que no necesita trabajar”. Las
imágenes de funcionarios del socio capitalismo revolucionario del Siglo XXI, y
de sus favoritos, en Los Roques, o en sus reuniones sociales, sus viajes en
aviones de lujo, o sus paseos en paraísos del exterior, las viviendas de lujo en
el país o fuera de ellas, o entre otras cosas, dan esa apariencia de una
aristocracia creada desde el poder con fundamento en una ideología de una
revolución de la clase obrera. Vuelvo a citar a Milovan Djilas, porque que mejor
ejemplo nos pueda dar de este paradigma de esta nueva aristocracia, cuando
decía:” En el sistema comunista, el poder y el gobierno son idénticos al uso,
goce y disposición de casi todos los bienes de la nación. Quien alcanza el
poder, obtiene privilegios e, indirectamente, obtiene propiedad. Por
consiguiente, en el comunismo, el poder o la política, como profesión,
constituyen el ideal de quienes tienen el deseo de vivir como parásitos, a costa
de otros”. De allí se entienden porque se aferran al poder, porque, según el
mismo Milovan Djilas: “Privar a los comunistas de sus derechos de propiedad
equivaldría a abolirlos como clase. Obligarlos a ceder sus otros derechos
sociales, de modo que los obreros pudieran participar en la distribución de los
beneficios producidos por su trabajo, —cosa que los capitalistas han tenido que
permitir, en fuerza de huelgas y de acciones parlamentarias— significaría que se
priva a los comunistas de su monopolio sobre la propiedad, la ideología y el
gobierno. Esto sería el comienzo de la democracia y de la libertad en un régimen
comunista, es decir, el fin del monopolio y del totalitarismo comunista.
Mientras no suceda esto, no puede haber indicios de que tengan lugar cambios
importantes, fundamentales, en los sistemas comunistas, por lo menos a los ojos
de quien reflexiona en serio el progreso social”. De allí, entonces, porque sus
sistemas electorales no son democráticos o de un gran ventajismo electoral.
Porque el poder es la razón de ser de su clase aristocrática.
Milovan Djilas
escribió su “Nueva Clase” antes de los acontecimientos de Hungría de octubre de
1956 y posteriormente, en un artículo aparecido en el semanario social demócrata
de Nueva York "The New Leader", el 19 de noviembre de 1956, que como Apéndice a
su obra denominó “La Tormenta en la Europa Oriental”, afirmó,” la revolución
húngara dio un salto gigantesco y planteó el problema de la libertad en el
comunismo, es decir, el substituir el sistema comunista por un nuevo sistema
social”. La tesis de ese Apéndice fue que, con el comunismo nacional, como se
llamaban los gobiernos comunistas de Polonia y el de entonces de Yugoeslavia,
para diferenciarse del comunismo soviético, empezó un nuevo capítulo en la
historia del comunismo y de los países dominados de la Europa oriental. Mientras
que con la revolución del pueblo húngaro empezó un nuevo capítulo en la historia
de la humanidad. Y que la diferencia entre uno y otro acontecimiento, es que el
comunismo nacional es incapaz de escapar a los límites del comunismo como tal,
es decir, el emprender la clase de reformas que podrían transformar y conducir
gradualmente el comunismo a la libertad, puesto que el comunismo nacional puede
meramente separarse de Moscú, pero en su propio ritmo y estilo nacional
construir un sistema comunista esencialmente idéntico al de Moscú, de una nueva
clase dominante en base al poder del Estado. Mientras que Hungría superó los
conflictos internos que tenía Polonia, pues no solamente desvaneció el grupo
llamado estalinista, sino que repudio el sistema comunista en sí mismo por su
monopolio clasista. Y avizoraba proféticamente que los pueblos de la Europa
oriental tendrían que hacer frente heroicamente a nuevas luchas por la libertad
y la independencia La historia le dio la razón a Milovan Djilas, pues,
posteriormente, Polonia también repudio ese sistema. Este testimonio emana de
quien como él fue comunista desde su juventud, un héroe de la Segunda Guerra
Mundial y un amigo íntimo del mariscal Tito y colaborador suyo en las labores de
gobierno y que fue el autor principal del tipo de teoría comunista que formuló y
apoyó la audaz ruptura de Tito con Stalin, en nombre de la independencia
nacional.
Del mismo testimonio y de los ejemplos históricos que le dieron la
razón, puede concluirse, primeramente, que, en la actualidad, los sistemas
comunistas, aunque no exista un sistema internacional al cual pertenezcan,
reproducen la misma estructura moscovita de una nueva clase dominante en base al
poder del Estado y con fundamento en una ideología proletaria. Y, en segundo
lugar, que esos sistemas por esa misma estructura clasista y aristocrática,
generan el germen de un repudio en la misma clase trabajadora y proletaria, que
se muestra, entre otras manifestaciones, en la disminución del apoyo popular,
que esos regímenes tratan de esconder con misiones o programas sociales, pero
que suponen un control social por la misma aristocracia, puesto que de la
desigualdad y de la pobreza de esa clase proletaria, deriva su monopolio
aristocrático. Por eso, también, como sucedió en Hungría y después en Polonia
los pueblos que soportan la nueva aristocracia de esos sistemas de un supuesto
nuevo socialismo, hacen y harán frente heroicamente a nuevas luchas por la
libertad y la democracia. Por lo que el compromiso de quienes predican esos
valores democráticos es el de conformar plataformas unitarias alrededor de un
mensaje de desmontar la aristocracia del socio capitalismo del Siglo XXI, a
través de pactos sociales de desarrollo equitativo, libre de monopolios, y de
garantía de los derechos económicos y sociales de las clases más desfavorecidas.
Caracas, 4 de diciembre de 2021